miércoles, 22 de mayo de 2013

Confesión


Te confieso, padre, que he pecado. Entiendo por pecado cada cosa que hice, dije o pensé sin tu consentimiento. Confieso que amo el sexo por sobre todas las cosas, que muchas veces hablé con vos en vano, que mis fiestas no son exactamente santas, que honro a mi marido y a mi cuerpo, que tuve que matarte en mi mente, que los actos impuros son los que mas me divierten, que alguna vez me quedé con cosas que no eran mías, que miento cuando es necesario, sobre todo cuando digo que mamá está muerta (eventualmente será verdad), que no solo deseé hombres y mujeres ajenos, sino que también los poseí. Confieso que amo con locura, que sufro con locura.
Te confieso, padre, que sé que me preferís callada antes que franca, sumisa antes que valiente, doblegada antes que guerrera. Tal vez no soy lo que esperabas en una de tus hijos, también lo sé. Siempre son mejores hijos aquellos que se apegan al dogma y no cuestionan tus verdades, al menos no abiertamente. Tu sentido de la justicia a veces me hace dudar de tu existencia, es verdad. Tal vez no existas como padre, tal vez seas solo un nene caprichoso queriendo jugar a ser Dios. Y yo sería ese cuestionamiento que lleva a dudar de la veracidad de tu Biblia, ese poner en palabras las cosas. Y las palabras te molestan. Siempre pensaste que el exceso de información era nocivo. Un silencio moderado vale más que mil imágenes, ¿no?.
Te confieso, padre, que estoy tratando de purgar tu veneno de mi vida. Ya no soy una nena asustada buscando un poco de protección, ni una adolescente perturbada esperando tu atención, ni una pseudo-mujer rebelde esperando que te conviertas en un oponente digno de una partida de ajedrez mental. No. Soy una mujer que busca separarse de vos y de tus hijos, papá. No quiero volver a saber nada de ustedes, no me importa. Me da igual lo que hagan con sus vidas, quiero que desaparezcan de la mía. Y no creo que les resulte demasiado difícil, ya que soy una oveja descarriada; la hija que nunca será pródiga porque no va a volver.
Te confieso, padre, que la vida que elegí para mí, al lado del hombre que jamás vas a aceptar, es la vida que sigo eligiendo cada día. Porque con él puedo ser algo que ni vos ni mis hermanos me permitieron jamás: yo. Con mis pecados, mis defectos, mis pensamientos impuros, mis noches de fumar chinos. Por esto mismo, lo mejor va a ser que me dejen ir así como yo los dejo ir ahora. Porque una pecadora no puede pertenecer a ninguna familia normal. No sé cuál penitencia me corresponde, pero te juro que no voy a cumplirla.
Te confieso, padre, que mis demonios me hacen feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario