domingo, 15 de julio de 2012

En aguas profundas


Hace mucho tiempo, en un lugar muy cercano, Johanna conocía a Mauro. Despacio se iba enamorando de él, feliz por todas esas cosas que nacían en su interior. Veía crecer jardines frondosos, que se poblaban de mariposas, unicornios, pajaritos, y libélulas. El amor había inundado cada rincón de su desierto, y podía sentir todo aquello que siempre había creído inexistente.
Al principio dudó, tuvieron que pasar muchas tormentas hasta estabilizar el barco, pero la fe en ese amor avasallante que sentía era el motor que la hacía seguir luchando. Una sonrisa, un beso, una noche de sexo salvaje, una caricia, un chiste, todo era motivo de deleite, cada segundo que pasaban juntos era el mejor momento de su vida. De lo que empezaba, apenas, a sentirse como su vida.
Y creyó que siempre sería así, que por una vez estaba teniendo el amor que merecía.
Pero todo lo que sube, baja. Es la ley de la vida. De a poco, él se fue alejando de sí mismo, se fue olvidando de cómo era ser Mauro. Y ella trató, trata, todo el tiempo de seguir viendo al hombre que la doblegó, el único que pudo domarla. Ese hombre no está. Se fue a dormir, o lo echaron, y en su lugar dejaron a un chico inconforme con todo. A alguien que por mucho que ella se esfuerce no va a poder hacer feliz.
Es muy triste la sensación de inminente sequía. Las mariposas migraron a un clima mas cálido, los unicornios volvieron a sus cuevas, los pajaritos tienen asma y las libélulas se quedaron sin luz. Y de a poco, el jardín está volviendo a ser un desierto. Es triste sentir que la arena tibia se escurre entre los dedos. Casi tanto como caer en un lugar común. La convivencia no es lo que provoca el desencanto. No.
Lo que desencanta es sentir que hay un solo par de remos en actividad, que el capitán está mirando boludeces y llorando en lugar de ponerse el gorrito y comandar la nave.

No hay comentarios:

Publicar un comentario