lunes, 21 de diciembre de 2009

El escape

Se llamaba Emmanuel, no tengo motivos para ocultar su nombre (no después de tanto tiempo). Era fuerte, inteligente, loco. Completa y definitivamente loco. Tenía miedo de no vivir lo suficiente, y ya había vivido tres vidas, o cuatro, cuando lo conocí. Era tan chica, tan fácil de romper en ese entonces. A través del tiempo, de sus palabras en mi pantalla (si, fue una relación a distancia), me fue domesticando, al punto en que lo sentía mío, intocable. Sabía que yo no era el amor de su vida, ni él era el amor de la mía, sabía que nuestra amistad era lo mas importante, sabía que no quería ningún tipo de contaminación en ella. Yo lo sabía, él lo sabía, hasta que una noche ambos lo olvidamos.
Entonces el rumbo se perdió. Volvió a Buenos Aires casi un año después de ese primer encuentro, los dos habíamos transitado muchas calles, demasiadas, necesitábamos un descanso, una tregua ante todo ese vacío. Nos refugiamos en el otro, en las sábanas, en el silencio. O me refugié, a esta altura el tiempo distorsionó tanto esos recuerdos, y también los resignificó, que la verdad no sé hasta qué punto las cosas fueron como las sentí, pero en todo caso eso es lo que importa. Siempre prevalece cómo siente cada uno las cosas que va viviendo, por sobre, incluso, las situaciones, caras y mentiras. Sus huellas quedaron en mi, la forma en que me ayudó a perder el miedo a escribir, a volar con mi imaginación, la forma en que me sacó los límites, y me enseñó a marcarlos. Yo lo quería, lo quise lo suficiente como para pelearme con toda mi familia y subirme a un micro, viajando mas de mil kilómetros para verlo. Pero también es cierto que lo que mas necesitaba no era verlo a él, si no alejarme de mi. Sentir que la única manera de tener el control era justamente perderlo, barajar y dar de nuevo cuantas veces fuera necesario.
Le debo muchas cosas, tantos secretos compartidos, tantos exorcismos, algunas noches. Le debo gran parte de mi arrogancia, entre otras cosas. Hay imágenes suyas que pude tachar, hay otras que siguen latentes, esperando que una palabra o una imagen, una actitud o un dibujo lo traiga de nuevo hasta mi mente, me haga recordar lo frágil, lo vulnerable que pude llegar a ser. Y es entonces cuando se abre la puerta de mis miedos y me siento indefensa, y por un segundo desearía que hoy esté conmigo, no para compartir cigarrillos, si no para contarle miles de cosas a las que no les veo solución, para que me abofetee con sus sinceridad cruda y me haga crecer de golpe y creer de nuevo en mi. Hay momentos que deseo profundamente que ese hombre que tanto me besó se pegue un tiro para que mi amigo, ese que vive bajo su piel, pueda volver hasta mi, porque sé que conoce el camino, porque sé que hablar con él siempre fue la mejor forma de escapar de mi, pero hacia adentro.
Se llamaba Emmanuel, y se depidió de mi tomándome de los hombros, hace ya mucho tiempo, dejando un beso en mi frente. Me miró a los ojos, y me dijo "Tratá de olvidarte de mi". Y creo que ya lo logré, aunque eventualmente mi cabeza necesite escapar hacia ese descanso. Él siempre estaba escapando, y su libertad fingida era lo que mas me gustaba en él.
Y al final, él mismo fue sólo mi escape.

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