lunes, 13 de febrero de 2012

Mi papá - parte 1

I.- Sangre

Solía tener miedo de enamorarme de alguien como mi papá. La psicología dice que eso es lo más probable. La historia de la humanidad toda casi que también. La historia de la humanidad de mi vieja también; hoy está casada con un golpeador. Mi viejo, de novio con una mina que es más su mamá que su novia. Y yo lo miraba a mi viejo; tan igualito a todos él, tan dibujado, construído idéntico al resto: falso, egoísta, sordo. Pretendiendo ser alguien que no es. Un padre, por ejemplo. No siempre lo ví así. Antes le creía, y sus palabras tenían la verdad del mundo, pero nunca entendía las mías. Después de una conclusión, o de una anécdota, o lo que fuera que le estaba contando, me quedaba mirando, con cara de "pobrecita" y me decía "Vos tenés una manera muy particular de pensar, pero..." era su manera de decirme que no había entendido nada. Si supieras, Alberto...
Los años pasaron, y él insistía en que yo fuera su amiga, no su hija. En sus momentos de tristeza acudía a mí para desahogarse. Tenía apenas 16 años cuando mi vieja se fue, y 17 cuando entendí que mi viejo no tenía la puta idea de cómo ser padre (creo que fue en el momento en que me dijo que lo estaban medicando por eyaculación precoz). Entiendo que los bebés no traen un libro de "Must and Musn't do" abajo del brazo, pero... tanto la iba a cagar? En fin, yo no quería alguien como él al lado mío bajo ningún punto de vista.  Cuando empecé a encarar las cosas en serio con Mauro, me hice el planteo de si lo que me gustaba de él no serían cosas parecidas al carácter de mi viejo. Ni de lejos. Mauro no tiene nada que ver con mi papá de sangre.

II.- Memoria

No tengo muchos recuerdos de mi niñez comprendida entre los seis y los doce. La mayoría son de golpizas, insultos, decepciones, así que prefiero resignificarlos a medida que pasa el tiempo y tratar de sacar algo positivo. Por algún error, o trauma, en mi cabeza, recuerdo muchas cosas entre los tres y los seis. El primer recuerdo consciente es de mis tres años. El ruido de la barrera baja cuando íbamos a cruzar, a pie, las vías del tren en la estación de Bernal, el calor de diciembre, con su correspondiente sol picante, el ruido del tren que se va, el del tren que viene, mi madre agarrándome de la mano mientras en el otro brazo llevaba a mi hermana de seis meses, una chica que me agarra del hombro y me tira para atrás, mi hermana boca abajo en el piso, yo levantándome para levantarla, su cara con los ojos cerrados, llena de sangre, mis pies volando en el aire mientras un camionero me cruzaba en brazos al sanatorio, mi mamá cruzando San Martín en bombacha, mi tía dejándome a cargo de una compañera de trabajo y yéndose. Los siguientes meses, dejé de existir para toda mi familia. Mi hermana internada demandaba la atención de todos, y era lógico, era estúpidamente lógico, y yo tan chiquita y nadie que me cuide. Bueno, casi nadie. 
Por esos años mi tía estaba de novia con Oscar. Él era... era todo. Era el que jugaba conmigo en la sala de espera de la Clínica del niño, el que me preguntaba cómo estaba, me llevaba al zoológico, al Shopping Sur o a donde sea.Me escuchaba, me regalaba golosinas... y me cuidaba. Mis viejos tenían una verdulería al lado del kiosko de mi tía. Yo pasaba la mayor parte del tiempo en lo de mi tía. El local tenía como anexo una habitación, un baño, un patio y una cocina chiquita. En la habitación había una tele, y yo veía los dibujitos hasta que llegaba Oscar y jugaba conmigo. Los viernes me pasaba a buscar en su fiat 600 verde oliva y nos íbamos a pasear mi tía, Oscarcito y yo. En el viaje me preguntaba por el colegio, por mi familia, por mí. Sabía los nombres de todas mis compañeritas y me daba consejos. Me acuerdo muchísimas cosas de él en este momento, como su mirada, o sus expresiones, su voz. Todas esas cosas se habían escondido de alguna forma adentro mío, y por alguna razón habían quedado dormidas. No las recordaba.

III.- Despedida

Estaba mirando Los cuatro fantásticos cuando llegó. Estaba preocupado, y me dijo que ya volvía, que siga mirando la tele. Mi tía y él cerraron la puerta de la cocina. Escuché que murmuraban, pasaba algo serio. Mi tía sollozó un poco, y después salieron y me hablaron, y me dijeron que él estaba enfermo. Me dijeron la verdad, algo que puedo decir de muy pocas personas. Me dijeron que era una enfermedad grave y que él iba a tratar de curarse. Me dijeron cáncer de pulmón, que a los cinco es lo mismo que gripe con mocos, a los cinco te vas a curar porque las palomas se mueren, los perros se mueren, pero la persona que amás con tu corazón de nena chiquita como si fuera tu papá no se muere. No se muere porque lo amás y eso debería salvarlo. Pero al cáncer no le importa. A la vida no le importa una nena chiquita ni un señor que te cuida. Cuando dice chin pum se terminó. 
Pasaba el tiempo, y lo veía cada vez menos. Estaba haciendo un tratamiento en un lugar de puertas de vidrio que se abrían solas, y él iba y volvía con más malas noticias. Que no funcionaba, que intentaban otra cosa. Que estaba cada vez más débil. Un día lo internaron y no lo ví por un tiempo. Hasta que lo llevaron a la casa porque ya no había qué hacer. Unos días después me llevaron a verlo. Era la primera vez que entraba en su casa, era una casa linda. Él estaba acostado en una cama, con muchas almohadas, casi sentado. Me pidió que le dé agua porque no podía levantar los brazos. Necesitaba que yo lo cuide un poco. Me dió un beso y me dijo que me quería. Y tanta gente mirando y a mi me daba vergüenza estar delante de tanta gente con mi papá en cama. Le había salido una mancha en la cara. No me dejaron estar mucho tiempo con él... y por qué no? era el último tiempo que teníamos juntos, y ellos no me dejaron quedarme. 
La mañana siguiente cuando volví del colegio mis padres se miraron, preguntándose entre sí quién me lo diría. Ella le dijo "Yo hablo con ella" y Alberto se fue. Ni siquiera en esa estuvo. Mi mamá me dijo 
-Vos sabés que él estaba muy enfermo y...
-No. No te escucho
-Joha, escuchame. Es difícil, pero Oscarcito se murió, se fue al cielo y...
-No mamá, no. Se equivocaron, él está vivo...- y lloré. Lloré como nunca había llorado, como estoy llorando ahora, como creí que nunca volvería a llorar. Tenía seis años y se me había terminado la infancia, la protección de mi papá de verdad, su voz, sus abrazos, todo. Se había terminado lo lindo de mi vida.
Él me esperó. Se despidió de mi antes de irse, me dejó ese último beso, ese último pedido de que me quede junto a él. Y yo estuve, de la manera en que él sabía que iba a estar. 
Porque conocía bien a su hija. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario