martes, 5 de abril de 2011

Blue

Luchando por no deprimirme. Releo por segunda vez un texto que estoy puliendo muy de a poco, que no sé si alguna vez va a ver la luz; es demasiado íntimo para ser compartido. Sigo sin laburo, sigo buscando una razón para no desmoronarme del todo. Mis hermanos, mi babe, mi viejo… yo. No merezco desmoronarme, merezco seguir peleándola… es que a veces se me hace tan cuesta arriba. Buscando en mi cabeza, revisé los archivos viejos, cosas que escribí a la tierna edad de 18 años. Mierda, tanto tiempo perdido. Pero no lo perdí. El camino que fui armando con el machete y la linterna es el que me trajo hasta acá, hasta este presente único dentro de tantos universos paralelos, a la persona que soy entre todas esas que podría haber sido. Y la verdad, estoy orgullosa de mi. Sé que no soy la médica recién recibida que debería ser. Tampoco soy la hermana ejemplar que les enseña a sus hermanos a ser tan hipócritas como el mundo en que viven, la hija perfecta que no le trae problemas a su papá, la nieta modelo que es una eminencia en corrección y buenos modales, la novia perfecta que hace sentir a su novio entre dulces y margaritas. Sé que a veces juego a ser alguna que otra, pero es una máscara.
Estoy orgullosa de no ser una médica recién recibida, porque ese no era mi sueño, sino el de mi vieja. Estoy empezando a encaminarme hacia la psicóloga irreverente que ya soy con mis amigos, a punto de zambullirme en el estudio de la naturaleza humana. Estoy orgullosa de ser la hermana desestructurada que les enseña a pelear, a enfrentarse a la vida, con confianza en sí mismos, a ponerse un forro, a aprender cuánto pueden tomar sin quebrarse, a no hacer nada que no quieran, a amarse como son. Estoy orgullosa de ser la hija que confronta a papá cada vez que se pone en pelotudo. La nieta que acaricia a su abuela y le demuestra todo el tiempo que la quiere, aun a pesar de sí misma, de la brecha intergeneracional. Estoy orgullosa de no ser una muñequita de torta, de saber ser lo suficientemente puta como para hacerlo gozar, de enfrentarlo a sus mierdas para que pueda caer parado, o levantarse, de saber cuándo aflojar y mimarlo después de la tormenta de palabras. Estoy orgullosa de siempre hacer algo, aún a riesgo de equivocarme.
Pero duele. Duele que se cierren tantas puertas, pensar que ahora mismo estaría llegando al laburo. No sirve de nada la autocompasión, pero la semana pasada no me derrumbé simplemente porque estaba con él, y aun así me rayé el viernes y lo maltraté. Creo que voy a dejar de escribir unas líneas mas abajo, hace un rato me encontré con la adolescente que solía ser, y no puedo menos que llorar, hacer el duelo, reconocer mi incipiente adultez, dejarme de joder.
Tengo miedo, pa. Dejame la luz prendida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario