viernes, 8 de julio de 2011

Ana

Quince años, dos hermanas, una mas grande que ella, y una mas chica. Ella es la única hija de su mamá y otro hombre. Inteligente, bonita. Se llama Ana.
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Esta mañana me despierto y reviso el celu. Cuatro llamadas perdidas y un mensaje, todos de Marina. "Una compañera de mi curso se pegó un tiro. Está internada. No hay acto y están todos llorando. RETIRAME por favor." Eran las once de la mañana y el mensaje lo había mandado a las ocho. Me sentí mala hermana por no haberlo visto, pero ella ya estaba en casa, la había ido a buscar mi tía.
Marina siempre me decía que le gustaba tener discusiones políticas con Ana, porque es muy inteligente. Que es bonita, y madura... supongo que nada es gratis. Lo último que hizo la mina antes de pegarse un tiro (por cierto, qué clase de imbécil tiene un arma en la casa?) fue mandarle un mensaje a su mejor amiga: "Gise, te quiero". Desgarrador. El tema es que no se lo pegó bien, se borró media cara, perdió un ojo y ahora está internada en terapia intensiva. No saben si va a zafar, y mucho menos cómo va a quedar. Es tan profundamente doloroso. No la conozco, y la verdad no es amiga de Marina, así que no la escuché nombrar demasiado, pero es una adolescente que sintió que la única respuesta era la muerte. Y sé que podría ser yo, o cualquiera de mis hermanos, que nadie está exento de un momento de tristeza, y que soy experta en eso de tocar fondo últimamente, el punto es: ¿Nadie la vió? ¿Nadie se dió cuenta que era una adolescente sufriendo? Los adolescentes sienten, y probablemente mucho mas que los adultos, porque están empezando a enfrentarse a un mundo hostil, despiadado, que no les da tregua. Y tienen el despertar de la sexualidad, el descubrimiento de un cuerpo que les resulta ajeno, al mismo tiempo que los adultos los presionan para que sean "exitosos", son el depósito de las frustraciones de los padres. Entonces tienen que avanzar en medio de un campo minado, y es usual que se depriman. El punto es que son los padres quienes deberían estar atentos a esos cambios, a esas tristezas. Para levantarlos, decirles que no están solos.
Hubiera pagado para que cualquiera de mis padres me hubiera dicho una sola vez "Estoy orgulloso de vos". Pero eso nunca pasó. Y después de un tiempo empecé el camino a mi autodestrucción, no tan drásticamente, pero igual de dolorosa.
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Quince años, tres hermanos mas chicos, un futuro brillante. Inteligente, bonita. Se llamaba Agustina. Sigue en terapia intensiva.

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